Era una cita Exterior, noche. Es un poco pronto, pero da igual; no suelo llegar tarde. En algún momento de la media noche tenía que salir. La calle me acoge con una brisa húmeda que cala los huesos. Me dejo caer cuesta abajo, por las calles empedradas y mojadas. Manos en los bolsillos, bufanda apretada, capucha echada. Cinco minutos después, comienzo a escuchar la campana de un tranvía, que repica sin parar como si tuviera la urgencia de llegar antes de tiempo. Empieza a llover. El cielo naranja deja caer pequeños gotas, casi insensibles, que van mojando, poco a poco, mi abrigo impermeable. La calle ya está mojada, todo se desliza en un dibujo que sólo puede ser visto desde el aire. Igual que las que caen en el rio, que las lleva hacia el mar, tan cercano, y hacia lo que haya más allá. Un poco más lejos no hay más suerte: la escultura del poeta, de color bronce, ataviada con sombrero y gabardina, no se mueve un pelo por la tormenta, aunque su taza de café hace rato que se ha
Sol, cielo azul, tranvias amarillos y fiestas en Alfama