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Las lágrimas de cocodrilo del león francés


"Próxima estação: Jardim Zoológico. Há correspondença com os comboios suburbanos e autocarros longo curso". 

Los animales saltamos del coche al andén en una estación con las paredes verdes grisáceas de la mierda y el tiempo que ha pasado desde la última vez que las limpiaron. Los animales subimos las escaleras rápido, demostrando a todos quién es el rey de la selva, el más fuerte y el más mejor. Los animales salimos como otros animales salen de la tierra, incapaces de darnos cuenta de nuestro brillo infinitesimal.

Los animales vamos a un lugar llamado Zoológico, que a veces hay en esas grandes colmenas que llaman ciudades. Es un lugar donde, en fines de semana, festivos y vacaciones de Primavera y Verano, llevamos a nuestras crías a ver a otros animales (también con sus crías). Ellos viven allí enjaulados, o emparedados por muros, fosos y cristales reforzados, claramente aburridos, alejados de su entorno, suficientemente inteligentes para darse cuenta de que eso no es vida. 

Sin embargo, los animales que caminan a dos patas no somos capaces de vernos reflejados en los animales al otro lado de barandilla. La mayoría estamos demasiado ocupados fingiendo un ligero interés por lo que estamos viendo, mientras pensamos en otros asuntos, para nosotros no menos importantes, y en que nuestras crías no se alejen demasiado ni se metan en la jaula equivocada, sin darnos cuenta de la cruel ironía que supone este lugar. 

Posiblemente, el único animal que despierta algo de interés en los animales (sociales o no) es el único ejemplar de león francés. Él, grande, con su cuerpo esbelto, su tez alargada y huesuda, su piel aceitunada, su melena castaña muy clara casi rubia, sus grandes ojos azules, posee algunas capacidades que los animales al otro lado de la barandilla aprecian. Por eso, lo vemos como a un igual, incluso más que a otros animales.

El león francés sabe hacer muchas cosas. Está adiestrado para saltar encima de una pelota gigante, balancearse y no caer. Puede saltar a través de un aro de fuego y no se quema. Sus cuidadores le ponen un piano de juguete y consigue arrancar unas notas con él. Eso es lo que hace en los espectáculos de las cinco, las seis y las diez (éste, no apto para menores). El león francés es la estrella de este lugar; le gusta que le miren y captar la atención de todos los animales.

Lo que nadie dice, pero algunos leones vecinos acaban descubriendo, es que el león francés sabe hacer más cosas. Cuando cree que nadie está mirando, el león francés fuma y bebe, pierde la noción de lo que está haciendo. Cuando cree que nadie está mirando, el león francés "coge prestados" juguetes y comida de otros. Cuando cree que nadie está mirando, el león francés deja su mierda, literalmente, por toda la estancia que comparte, sin intención alguna de limpiar. Descuidado y desinteresado, cree que puede hacer lo que le venga en gana. 

Los otros leones ya están cansados, cuando el magnífico león francés todavía se atreve a hacer algo más. Llorar. Pero no son lágrimas normales, todos los leones lo saben. Son lágrimas de cocodrilo. En un intento por dar pena que ni siquiera el mismo león francés puede entender, el león francés comienza a dar excusas, a fingir lástima y culpa, a mentir, a llorar. Pide disculpas, aunque tiene intención de volver a las andadas. Lo necesita; necesita el mundo animal que le tenga en estima, mientras él pueda continuar haciendo lo que hace sin perder su estatus de estrella. 

Las lágrimas de cocodrilo del león francés se venden en las tiendas del lugar. Los animales las compramos como recuerdo de un día para no olvidar, sin saber siquiera de donde vienen ni interesarnos el porqué de los llantos. Se venden mucho, y si el león francés lo supiera, lloraría todavía más para vender más todavía. Él es así de presumido... Lo que el león francés no sabe es que los animales que dirigen el zoológico están pensando en devolverlo a la sabana de donde salió. "Mucho beneficio, pero demasiados problemas", dicen quienes le conocen. 

Quizá así, el león francés pueda descubrir también lo que le separa más y más de sus iguales. Quizá así, cuando lleguen a su jaula y esté vacía, todos los animales que lo visitan puedan pensar en lo que les diferencia de aquellos al otro lado del foso o el cristal, e interesarnos un poco por esa vida a nuestro alrededor que pasa una vez sin detenerse.

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